En la periferia de los frenesíes o la jornada gay de Santa Clara

Detrás del viejo poste eléctrico hincado en la esquina de las calles Martha Abreu y Juan Bruno Zayas, casi oculto por el madero, el anciano Nivio permaneció de pie por más de dos horas, protegido de la multitud, pero en una posición que le permitía abarcar lo que sucedía en el escenario media cuadra más adelante, durante el espectáculo de artistas transformistas que cerró la III Jornada cubana contra la homofobia este 17 de mayo, frente al centro cultural El Mejunje, en Santa Clara.

Me llamó poderosamente la atención la figura de este viejecillo canoso, delgado y pulcro. Parecía un lord inglés entre las más de cinco mil personas —según estimaron los organizadores— que acudieron por diversas razones y motivos a disfrutar, o tan solo curiosear, lo que sucedía en el anunciado desfile de travestis que dio fin, en plena calle, al amplio e intenso programa de las actividades centrales por la fecha, que este año le correspondió organizar, por su reconocida labor en favor de la diversidad sexual, a la central provincia de Villa Clara.

Yo había decidido que esa noche no me interesaba estar entre los convencidos, entre los “militantes” de la causa gay, entre la entusiasta claque de las primeras filas. Quería saber qué pasaba en los lindes de la concentración popular, en la frontera de las indecisiones y de los escepticismos, conocer lo que veían, oían, decían los del fondo, los que llegaron de últimos, a quienes el entusiasmo les alcanzaba para participar, pero no para aclamar; para querer saber, pero tal vez no para creer, compartir, entender.

Y entre ellos, sin dudas, Nivio saltaba a la vista. No era de los que fueron porque quizás esa era la principal opción recreativa de la noche en la ciudad; o de los homosexuales hombres o mujeres que entablaban animadas tertulias sin hacer mucho caso de las divas barrocas que en escena doblaban la voz de grandes intérpretes cubanas o extranjeras, ni de los pocos turistas extranjeros distinguibles. Tampoco clasificaba entre los irónicos y los del choteo, quienes ya fueran solos o con sus parejas heterosexuales, arribaban, permanecían, continuaban su camino o no, muchas veces con su trago de ron y con la burla o el chiste defensivos a flor de labios, para justificar ante amigos y conocidos su presencia allí esa noche.

No, Nivio no era definitivamente un curioso más. Su atención absorta, su posición estratégica que le dejaba ver y a la vez como que lo escondía, el esfuerzo que en definitiva debió representar para un señor que en unos meses cumplirá 80 años, estar parado durante tanto tiempo en esa incómoda postura, me hicieron sospechar enseguida en un profundo drama oculto, en alguna historia terrible de titubeos y frustraciones, en la posible posposición de sueños o en la satisfacción de viejas esperanzas hechas realidad a través de terceros luego de tantos y tantos años…

Pero también es posible que me excediera en mi fantasía. De hecho, vacilé al decidir si abordaba al flemático señor, o me quedaba mejor con una duda razonable sobre sus motivos. Pero hablé con Nivio. Él me contó de su vida; de los 46 años que trabajó como secretario de una sala en un tribunal; de su percepción positiva de los actuales enfoques acerca de la homosexualidad; de sus recuerdos de cuando esa orientación sexual “era penada por las leyes” y como ello obligaba al “recato”; de conocidos, vecinos y tal vez familiares gay —estos últimos no los negó, pero tampoco los confirmó— sobre quienes tiene, por cierto, una opinión muy favorable como seres humanos; y también de su criterio terminante sobre las personas de su generación o de otras posteriores que no aceptan esta expresión de la diversidad sexual: “están atrás, tienen que ir con los tiempos, evolucionar”.

En fin, que valió la pena quedarme, al menos por esta vez, en la periferia de los frenesíes.

“LOS LUGARES SIN DETRACTORES SON MUY ABURRIDOS” (Ramón Silverio)

Maricelis Monteagudo permutó en enero del 2010 para el número 105 de la calle Martha Abreu. Su casa está justamente al lado de El Mejunje. Tiene un niño que cumplirá pronto diez años y está en cuarto grado como mi hijo Javier. Dijo que vivir a una puerta de esa institución cultural de Santa Clara no es para su familia ningún problema.

Afirmó la vecina que se llevan muy bien con Ramón Silverio, creador y director de esa institución, y con el resto de los trabajadores, en una relación recíproca de cooperación. Mientras conversaba conmigo a media tarde, acodada en su ventana, vi regresar al esposo con una caneca de ron, presumiblemente desde El Mejunje, donde desde la mañana del 17 de mayo se sucedían una tras otras las actividades en saludo a la III Jornada cubana contra la homofobia.

Ella no sabe si los anteriores inquilinos de su morada tuvieron alguna aprensión hacia el lugar, aunque piensa que no, que hubo otros motivos menos dramáticos para la permuta. Por lo menos, esta madre trabajadora está muy contenta, y tampoco tiene quejas del comportamiento de los contertulios que asisten a las más de 25 actividades semanales para distintos tipos de público que programa El Mejunje.

En el caso específico de los homosexuales, una de esas concurrencias habituales, esta señora ni lo piensa para decir que tiene muy queridos amigos gay, incluyendo un médico cercano a su familia a quien mantiene en un altar de adoración. “Siempre es mejor asumir lo que uno es”, me dijo, aunque no pudo evitar cierto gesto de preocupada incertidumbre cuando le pregunté qué sucederá cuando su niño sea un adolescente, y comience a frecuentar El Mejunje.

EUREKA EN APUROS Y YO TAMBIÉN

Como también llegué de último a la sala de teatro —no me pregunten por qué ni cuáles eran mis “ocupaciones” durante este Día mundial contra la homofobia, que me hacían llegar tarde siempre, no lo pienso decir— tuve la suerte de quedar sentado en un ángulo donde tenía una vista privilegiada del rostro feliz de las niñas y los niños.

Eran alumnos de segundo grado de una escuela primaria, quienes asistieron junto con los invitados que íbamos de La Habana, a la representación del monólogo Eureka en apuros, unipersonal de la artista Idania García, de la Compañía teatral El Mejunje.

El pequeño teatro es una ampliación que no conocía de esa institución cultural —solo había estado una vez allí, un sábado por la noche, con mi pareja y un amigo, en unas vacaciones tempestuosas por Santa Clara—, y me dicen que lo inauguraron hace pocos meses.

Disfruté tanto, pero tanto ver la alegría de los pequeñines, mientras con muy pocos recursos escénicos, Idania representaba la historia subyugante de una humilde guajira, quien mientras limpia y prepara una caldosa criolla, da vida a varias calabazas e inventa el cuento de un gallo y una gallina que tienen tres pollitos, y uno de ellos nace “diferente”.

Los chiquillos estaban arrobados, carcajeaban y daban sus opiniones apasionadamente como si aquella fantasía hubiera sido la vida misma. Había un varoncito con esa risa desdentada típica de la edad, que era la imagen exacta de la candidez y la ternura. Los adultos, entre ellos algunas de las muchachas transexuales que atiende el CENESEX, también estaban emocionadas, sobre todo cuando al final, el pollito “distinto” regresa a casa —de donde tuvo que salir por su no explícita condición— y es aceptado por sus padres luego de triunfar lejos del hogar, como un artista famoso.

Una niña —siempre más despiertas— dijo a sus amiguitos en algún momento de la obra una frase que pocos escucharon: “el problema es que ese pollito es hembra y macho a la vez”.

NO A LA PROSTITUCIÓN, SÍ AL SEXO GRATIS

Esta es una de las frases que en rústicas letras pintadas con cal decoran las paredes de ladrillos en El Mejunje. Una vieja edificación derruida —el antiguo Hotel Oriente— es desde el 26 de enero de 1991 la sede al parecer definitiva de esa institución, que ha ocupado a lo largo de sus 26 años de existencia varias locaciones diferentes en Santa Clara.

El dato lo extraigo del libro No pido permiso para hacer, del historiador y periodista Alexis Castañeda, cuyo lanzamiento también aconteció en la tarde de este 17 de mayo.

Un cielo aplomado permitió que el sol no nos castigara ese día en El Mejunje, pues su principal espacio es al aire libre. Cuatro flamboyanes —mi árbol preferido— crecen entre sus paredes, pero todavía en esta época no tienen suficiente follaje como para brindar sombra.

Cuando terminaron las presentaciones, actuaciones, intervenciones y otras necesarias “obligaciones” del programa oficial vespertino, comenzó la fiesta. Había de todo como en botica. Los homosexuales —en su amplio espectro y variedad— éramos tal vez mayoría, pero también había rudos tatuados, señoras y señores mayores de aspecto muy tradicional, adolescentes en el uniforme carmelita de la enseñanza técnica, todo el mundo bailaba y gozaba con propuestas musicales que alternaban según los gustos y las peticiones expresas.

Como de esta parte no tengo mucho de qué enorgullecerme, salvo algún flirteo ocasional, una mirada cruzada con guiño incluido, o el oscilante vaivén arrítmico que no logra ser baile ni nada —con el cual intento disimular mi ineptitud danzante, sin lograrlo— me entretuve en anotar algunas de las ocurrentes máximas que con gran sabiduría, humor y picardía resumen la incuestionable vocación ecuménica que ostenta El Mejunje, y con lo cual cierro estas impresiones:

• Los borrachos padecen de amnesia y otras cosas que no recuerdo. Ángelo
• Patrimonio: conjunto de bienes. Matrimonio: conjunto de males.
• El ser humano es el engaño mayor. Darwin
• Viva el PPG. Flácido Domingo
• Lo que sentí fue como un gallo en mi interior. La gallina
• Baño: si es virgen, no pase.
• Rico no es aquel que lo tiene todo, sino el que siente que nada le falta.
• El dinero no hace la felicidad, la compra hecha. Lachi
• La buena vida es cara, las hay más baratas pero no son vidas. Rigo
• Casi siempre las cosas buenas de la vida son inmorales, ilegales o engordan. Selena Bunker
• Como gasto paredes recordándote.
• ¡Coño, me quemo! Juana de Arco
• Mi segundo órgano favorito es el cerebro.
• Dime con quién andas y te diré qué bebes. Tati
• Hago cualquier cosa. El capaz
• Vivir bien es mi venganza.